NO NOS COMAMOS EL CLIMA

NO NOS COMAMOS EL CLIMA

Llamamiento a los representantes de los países y de las instituciones internacionales reunidos en París.

NO NOS COMAMOS EL CLIMA

En París, del 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015, se celebrará la XXI Conferencia de las Partes (COP 21) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés). El objetivo de la conferencia es concluir, por primera vez en más de 20 años de mediaciones por parte de Naciones Unidas, un acuerdo vinculante y universal sobre el clima, que sea aceptado por todas las naciones.

A la vista de este encuentro, que sitúa al clima en el centro del debate político mundial, la atención se está concentrando en el sector de la energía, de la industria pesada y de los transportes, mientras que se mantiene al margen de la discusión la relación entre alimentación y clima.

Y sin embargo la alimentación es una de las principales causas, y a su vez una de las víctimas, del cambio climático cuando, por el contrario, podría devenir en una de las soluciones.

Según el último informe IPCC en los últimos cien años la temperatura media del planeta ha aumentado en 0,85°C. El último decenio ha sido el más caluroso desde 1850 y las previsiones no son esperanzadoras. Según los modelos de simulación del clima, antes de finales de este siglo en ausencia delimitaciones de las emisiones de gas invernadero la temperatura media aumentará hasta 5°C, aunque ya con un aumento de 2°C se prevén gravísimas consecuencias ambientales y sociales. Fenómenos excepcionales como inundaciones, sequías y huracanes devienen hoy habituales, y la biodiversidad está registrando niveles de erosión jamás verificados en el pasado. Según la FAO, en los últimos 70 años hemos perdido tres cuartas partes de la agrobiodiversidad que los campesinos habían seleccionado en los 10.000 años precedentes. Además, el aumento de la temperatura de los océanos y su acidificación están debilitando su capacidad de estabilizar el clima.

Las consecuencias del cambio climático son ambientales, pero también sociales. De hecho, las principales víctimas son las poblaciones más pobres. Cada día millones de personas pierden tierra, fuentes de agua, alimentos, y corren el riesgo de transformarse en verdaderos prófugos climáticos. Según un informe del Banco Mundial las consecuencias del cambio climático podrían conducir a la pobreza a más de 100 millones de personas antes de 2030. Y estas personas se encuentran en las regiones más desfavorecidas del planeta. Por lo tanto, está en juego también una cuestión de justicia social.

Hoy es ya un hecho reconocido que la principal causa del cambio climático observado es el hombre con sus actividades. Entre ellas la cadena alimentaria juega un papel de esencial importancia.

Asentado a partir de los años cincuenta, el modelo agroalimentario industrial se fundamenta en algunas características específicas: el uso creciente de derivados del petróleo, como los fertilizantes, los pesticidas y el carburante para los equipos agrícolas; la producción en vasta escala a partir de una restringida gama de especies, variedades vegetales y razas animales; la explotación indiscriminada de recursos naturales como el suelo, el agua, las forestas y los océanos, considerados al nivel de materias primas a consumir.

La producción agrícola ha asumido las características de la industria, y sus principales objetivos son aumentar las cantidades producidas, maximizar los rendimientos y llegar a los mercados internacionales.

La salvaguardia ambiental no es un prioridad de este modelo, que ha abrazado la filosofía del productivismo, del crecimiento infinito y del liberalismo económico.

Este modelo se basa en una idea de crecimiento infinito, pero los recursos de nuestro planeta son finitos.

Antes de 2050 se prevé que el número de bocas a alimentar sobre la tierra alcanzará los 9 millardos y, para los defensores del modelo agroalimentario industrial, la seguridad alimentaria del planeta depende de la extensión de las tierras cultivables y del aumento de los rendimientos por hectárea mediante irrigación, un mayor uso de fertilizantes agrícolas, el desarrollo y la difusión de híbridos vegetales seleccionados, de razas animales comerciales y de organismos transgénicos, la concentración productiva (o sea, empresas agrícolas y ganaderías cada vez mayores).

El impacto –ambiental, social y para la salud humana- de este sistema se está desvelando cada vez más devastador. Las consecuencias se miden en términos de contaminación del aire y de las faldas acuíferas, degradación del suelo, acidificación de los océanos, reducción de los recursos energéticos, pérdida de la biodiversidad, tanto biológica como cultural, deterioro de los ecosistemas.

En particular, la producción animal industrial –vinculada a consumos de carne cada vez más elevados- si se tiene en cuenta toda la cadena, desde el cultivo de vegetales para piensos hasta el consumo final, según la FAO es responsable del 14% de las emisiones de gas de efecto invernadero. De igual forma, la acuicultura consume cantidades impresionantes de harinas de pescado, contamina gravemente las aguas y, en muchos lugares del mundo, es responsable de la destrucción de amplias zonas de bosques de manglares.

El predominio del modelo agroindustrial hace más vulnerables cada vez a las comunidades locales y pone en peligro a la agricultura de pequeña escala y familiar, que aún hoy produce el 70% de los alimentos que se consumen en el planeta.

El impacto ambiental de este modelo productivo afecta asimismo a las fases de transporte, transformación y distribución de los alimentos.

Las grandes distancias que han de recorrer los alimentos, con el uso masivo de combustibles fósiles, son responsables de elevadas cantidades de emisiones de efecto invernadero. Las fases de confección, embalaje y distribución requieren enormes cantidades de energía. Los consumidores están hoy habituados a disponer en cualquiera de las estaciones de los mismos productos, que a menudo llegan de países muy lejanos. Los alimentos transformados y envasados con presencia en los supermercados se obtienen mediante procesos industriales muy despilfarradores desde el punto de vista energético; requieren un gran uso de conservantes y aditivos y están empaquetados con materiales raramente sostenibles, sea para su producción, lo sea para su eliminación. Y quien paga los gastos es la salud: la del individuo y la del ambiente.

Consecuencia de este sistema hiperproductivista es el desperdicio de alimentos en todas las fases de la cadena. Cada año en el mundo se desperdician cerca de 1,3 millardos de toneladas de alimentos (correspondientes a un tercio de los producidos): una cadena que comienza en los campos y en las ganaderías, continúa a lo largo de la fase de transformación y comercialización y acaba en nuestras cocinas. La cantidad de residuos alimentarios tiene un coste elevado en términos ecológicos, económicos, éticos y culturales.

La más estridente paradoja de este sistema es que, por un lado, la cantidad de alimentos producida en el mundo supera lo necesario (podría aun alimentar a 12,5 millardos de personas), pero por otro, 800 millones de personas continúan sufriendo hambre.

La solución, así pues, no es el aumento productivo, sino un sistema completamente diverso: de producción, distribución y acceso a la comida.

Para afrontar el problema del calentamiento climático es esencial que los gobiernos renueven y refuercen sus compromisos para limitar las emisiones, pero no es suficiente: también es necesario cambiar radicalmente de paradigma –económico, social y cultural- y promover una nueva agricultura, sostenible y respetuosa con el medio ambiente.

Modificar uno o más procesos de producción no es suficiente. Es necesario tener en cuenta todo el sistema agroalimentario y adoptar prácticas agroecológicas que, a un mismo tiempo, permitan: remediar, o sea, afrontar las causas del cambio climático reduciendo el impacto de la agricultura sobre el clima y disminuyendo las emisiones de anhídrido carbónico y óxido de nitrógeno; atenuar, o sea, reducir el impacto del cambio climático sobre la agricultura, haciendo a los agricultores menos vulnerables en términos sociales, económicos y ambientales; adaptar, o sea, mejorar las capacidades de los agricultores de reacción ante el cambio climático favoreciendo las prácticas sociales de gestión a favor de la biodiversidad y de protección de los ecosistemas. La agroecología integra las dimensiones ambientales, sociales, económicas y políticas en un enfoque global. Observa los agrosistemas como conjuntos dinámicos formados por organismos vivos (plantas, animales, microorganismos) que interactúan con el ambiente (suelo, agua, clima, luz). Valora su sostenibilidad no solo en base a los factores ecológicos sino también al bienestar de las poblaciones. Preserva los equilibrios naturales fundándose en la integración entre conocimientos tradicionales e innovaciones en la investigación. Condena los monocultivos, promueve la diversificación, da valor a variedades vegetales y razas locales. Reduce la dependencia de los combustibles fósiles, de los pesticidas y de los fertilizantes químicos. Se basa en técnicas que conservan la humedad y la fertilidad del suelo incrementando la capacidad de almacenamiento de carbono. Protege al terreno de la erosión y retrasa el proceso de desertificación. Promueve formas de ganaderías sostenibles a partir de razas autóctonas, más adaptadas al clima y a la geografía locales, de técnicas respetuosas con el bienestar animal y de una buena gestión de los pastos.

Se requiere un cambio radical aun en los métodos de distribución y consumo.

Hay que alentar la cadena corta reduciendo los intermediarios de la cadena de distribución, desarrollando formas de venta directa en los campos, favoreciendo el acceso a productos locales y sostenibles, apoyando soluciones que establezcan una relación directa entre productores y consumidores, como los Gas (Grupos de Compra Solidaria) y los Csa (Agricultura Sostenida por la Comunidad). El poder de compra del consumidor puede condicionar la producción y la distribución estimulando la difusión de métodos ecocompatibles. Hay que alentar a los ciudadanos para la selección consciente y la adopción de estilos de dieta sostenibles, favoreciendo los productos locales, frescos de estación, limitando las cantidades de carne y lácteos, comiendo más cereales, verduras y legumbres, leyendo detenidamente las etiquetas, evitando alimentos con demasiados ingredientes, seleccionando productos con un embalaje reducido y ecocompatible.

Es fundamental reducir el despilfarro alimentario en todas las fases de la cadena, y restituir valor a los alimentos, que no deben ser tratados como mercancías ni convertirse en desperdicios.

Es fundamental prever financiaciones y subvenciones específicas para aquellos productores que aplican criterios agroecológicos, animando la adopción de prácticas más sostenibles.

El Sistema internacional de compensación adoptado después de Kioto contempla que –dada una producción máxima de gas invernadero tolerable a nivel mundial dividida bajo forma de derechos de emisión entre los distintos países- los productores de algunos países puedan vender sus propios derechos de emisión a productores que, sin embargo, no consiguen mantenerse en los parámetros permitidos. Este sistema no resuelve el problema, en el mejor de los casos, quizás, lo contiene, deslocalizando las intervenciones de mejora lejos de las fuentes de contaminación. El desafío a afrontar es, sin embargo, reducir radicalmente, y por doquier, las fuentes de contaminación, recurriendo a energías limpias e imponiendo a los productores el sostén de todos los costes ambientales causados por sus producciones, contribuyendo así a la formación de precios de mercado más realistas.

La conferencia COP21 ha de ser el punto de inflexión y demostrar el esfuerzo común de 196 países para afrontar el problema global del cambio climático y conseguir la firma de un acuerdo compartido y de largo alcance.

Con este documento solicitamos a los representantes de los países y de las instituciones internacionales reunidos en París, tomar en seria consideración el papel decisivo del sistema alimentario (agricultura, ganadería, pesca, distribución y consumo) a causa de sus profundas conexiones con el clima.

Y emitimos un llamamiento para la promoción de políticas internacionales en grado de cambiar el sistema alimentario actual radicalmente.

Por Slow Food Internacional